miércoles, 23 de abril de 2014

Amo los libros

Si me preguntan que fue lo primero que leí les diré que fue el cuento de Blanca Nieves y la fábula de "El ruiseñor y el loro" (regalos de mi papá) ya estaba en preparatoria (último año de preescolar) y aunque el primero me traumó con las manzanas la lectura del segundo fue mejor y a partir de allí mi amor por la lectura nació, cuentos, fábulas, leyendas, mitología, historia, biografías, enciclopedias, crecí con las lindas caritas ilustradas por editorial Océano y todas esas letras comenzaron a atraparme, entre más leía más aprendía y mientras crecía las atesoraba pero al conocer una obra diferente a los ocho años me di cuenta que la literatura no era sólo fantasía de princesas, castillos, príncipes, dragones, reinos lejanos, hechizos y calderos, unicornios, pegasos y sirenas como lo había creído, desde chiquita conocí a los Hnos Grimm, a Perrault y a Andersen pero la historia que conocí era muy diferente, mostraba la realidad de un mundo, la indiferencia, el orgullo, el dolor, la humildad, el amor, la compasión y el cambio radical que la época más maravillosa del año puede provocar en el corazón más duro, Charles Dickens fue el responsable de hacerme llorar por primera vez en una historia, su "Cuento de Navidad" se quedó clavada en mí desde entonces y gracias a él comencé a adentrarme en el otro lado de la literatura, en historias únicas con personas de verdad que nos dejan enseñanzas y nos invitan a soñar con ellos de manera diferente; En un lugar de la mancha, en el temido "Château d'If" sea en Notre Dame o en Pemberley, en la isla del tesoro o en Liliput, sea con la dama de las camelias, con el hombre de la máscara de hierro, con Robinson Crusoe o los tres mosqueteros, la fascinante literatura es el majestuoso mundo con el que orgullosamente crecí ¿Cómo no amar los libros? ¡Es lo más maravilloso que existe!

—¡Increíble! —se quejó aquella mañana el ruiseñor—. Todo el mundo admira al loro por su parloteo insustancial y a mí nadie me hace caso.
El loro que lo había escuchado cantó altanero:
—Soy Tirillas el lorito, hablo y charlo por los codos y al ser, además bonito, soy admirado por todos —repetía el orgulloso y egocéntrico loro.
Esa mañana el ruiseñor quiso imitar al loro que tanto admiraban, pero tanto la corneja, el "pica troncos" el petirrojo, el faisán y el gorrión lo ignoraron, humillaron e hicieron de menos. Su último intento fue con el señor Búho:
—Buenas tardes sabio señor —lo saludó el ruiseñor muy educadamente y con respeto—. ¿Os dignaríais escuchar alguna de mis historias?
—Muchacho —contestó el búho abriendo apenas sus enormes ojos para distinguirlo—, tengo un sueño atroz, terrible e inaplazable y tu charla me dormiría aún más ¿Porque mejor no me cantas algo?
El pequeño ruiseñor sorprendido agradablemente contestó:
—No soy Tirillas el lorito, nunca nadie me ha hecho caso, pero por si acaso... respeto tu sapiencia, cantaré y tendré paciencia.
Y en aquel mismo instante del pecho del ruiseñor brotó las más hermosa, dulce y melodiosa canción que jamás se había oído en el bosque. Fue como un rocío de armonia y paz que inundaba los corazones y todos... lo escucharon atentamente. Cuando el ruiseñor concluyó su canción todos los pajaros del bosque entonaron a una sola voz:
—El ruiseñor no es el loro que charla sin ton ni son, pero tiene en su voz un delicado tesoro.
(Fragmento de "El ruiseñor y el loro" publicaciones FHER 1,984)

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